jueves, 14 de abril de 2011

recopilación!

ayer estaba leyendo el libro y me encontre con muchas cosas que he dicho, o que me han sucedido y he aquí!

Soy furiosa, tengo ataques histéricos, no respeto ni mi vida ni la de los otros. Hoy, entonces, estoy atacada. Miré a la luna y quiero conversar con alguien.
? ¿Por qué ciertas personas intentan ir en contra del orden natural de la vida, que es luchar para sobrevivir de cualquier manera?
Era verdad que había llevado hasta las últimas consecuencias muchas acciones en su vida, pero sólo lo que no era importante (como prolongar enfados que un pedido de disculpas resolvería, o dejar de telefonear a un hombre del que estaba enamorada por considerar que aquella relación no la llevaría a ninguna parte
También en su mundo distante, más distante que la propia luna, la música era capaz de penetrar y hacer milagros.
—¿Es posible que no hayas aprendido nada, ni siquiera con la proximidad de la muerte? ¡Deja de estar pensando siempre que causas alguna molestia, coacción o perturbación a tu prójimo! ¡Si así fuera, la gente ya protestaría, y si no tuvieran valor para hacerlo, es su problema!
—Aquel día, cuando me acerqué a ustedes, estaba haciendo algo que nunca me había atrevido a realizar antes.
—Y te dejaste acobardar por una simple broma de locos. ¿Por qué no seguiste adelante? ¿Qué temías perder?
—Mi dignidad. Estar donde no soy bienvenida.
—¿Qué es la dignidad? ¿Es querer que todo el mundo te encuentre buena, bien educada, llena de amor al prójimo? Respeta la naturaleza: mira más películas de animales y fíjate en cómo ellos luchan por su espacio. Todos nos alegramos con aquel bofetón que propinaste

¡Era un hombre tan bien parecido, tan atrayente! Si por lo menos saliese un poco de su mundo y la mirase como mujer, entonces sus últimas noches en esta Tierra podrían ser las más hermosas de su vida, porque Eduard era el único capaz de entender que Veronika era una artista. Había conseguido con aquel hombre un tipo de vinculación como jamás lo había tenido con nadie: a través de la emoción pura de un andante o de un allegro.
Eduard era el hombre ideal; sensible, educado, había destruido un mundo carente de interés para recrearlo de nuevo en su cabeza, esta vez con nuevos colores, personajes e historias. Y este mundo nuevo incluía una mujer, un piano y una luna que continuaba creciendo.
—Yo podría enamorarme ahora, entregarme enteramente a ti —declaró, sabiendo que él no podía entenderla—. Tú me pides apenas un poco de música, pero yo soy mucho más de lo que pensaba que era, y me gustaría compartir otras cosas que he llegado a entender.
Eduard sonrió. ¿Lo habría entendido? Veronika sintió miedo (el manual de buena educación dice que no se debe hablar de amor de una manera tan directa, y jamás a un hombre al que se ha visto tan pocas veces). Pero decidió continuar, porque no tenía nada que perder.
—Tú eres el único hombre sobre la faz de la Tierra por el cual me podría apasionar, Eduard. Simplemente porque, cuando yo muera, tú no sentirás mi ausencia. No sé lo que un esquizofrénico siente, pero ciertamente, no creo que llegue a añorar la presencia de nadie.
»Quizás al principio te extrañará no escuchar más música durante la noche; sin embargo, siempre que aparezca la luna habrá alguien dispuesto a tocar sonatas, principalmente en un sanatorio, ya que aquí todos somos «lunáticos».
Eduard se detuvo frente al enfermero. Su atracción por aquella chica era más fuerte de lo que imaginaba, pero tenía que contenerse. Pediría consejo a Mari, la única persona con quien compartía sus secretos. Con seguridad ella le diría que lo que estaba queriendo sentir —amor— era peligroso e inútil en un caso como aquél. Mari le pediría a Eduard que se dejara de tonterías y volviera a ser un esquizofrénico normal (y después reiría abiertamente porque la frase no tenía mucho sentido).
Se unió a los otros enfermos en el refectorio, comió lo que le sirvieron y salió para el obligado paseo por el jardín. Durante el «baño de sol» (aunque aquel día la temperatura bajaba de cero) intentó aproximarse a Mari. Pero ella tenía el aspecto de alguien que desea estar solo. No necesitaba decirle nada, pues Eduard conocía lo suficientemente bien la soledad como para saber respetarla.

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